Delincuencia e impunidad
Presidente Seminarium Penrhyn International
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Rafael Rodríguez
Existe susto en las familias de Santiago. La delincuencia está asestando golpes a las personas con mayor frecuencia y lo que es más grave, mayor violencia.
Los delitos van evolucionando de acuerdo a sus incentivos y costos asociados. En el pasado prácticamente el único tipo de delitos que se podía esperar sufrir era el del robo de la casa sin sus ocupantes; la reacción a esta amenaza por parte de las víctimas que lo podían pagar no se hizo esperar y empezaron a llenarse las calles de vigilantes privados en veloces autos que respondían buena o malamente a los llamados de alarmas que a su vez se instalaban en las casas. Estas alarmas avisaban del delito, pero los delincuentes adaptaron sus estrategias a entrar rápidamente y robar todo lo que se pudiera tomar de valor en unos pocos minutos, los suficientes para arrancar antes de que llegaran los servicios privados de seguridad y mucho antes que Carabineros, quienes usualmente llegaban después que lo habían hecho los dueños de casa o algún representante de los mismos, sólo para seguir un procedimiento inconducente ya sea para tratar de encontrar a los responsables o recuperar las especies robadas. Peor aún, informaban de que estos casos no se resolvían en la Fiscalía y que seguir el paso de ir a declarar era sin sentido ya que se archivaban por lo general sin resultado alguno.
En síntesis, una situación de desprotección total frente al delincuente. Después del delito, no hay sanción y esto es la desprotección de los buenos frente a los malos.
La siguiente reacción de defensa fueron los cercos eléctricos que han cambiado la fisonomía de los barrios introduciendo un “look” carcelario; pero como toda acción tiene una reacción, los delincuentes pasan por debajo de estos cercos, “reventando” chapas o rompiendo rejas.
La última de las reacciones de defensa ha sido la de no tener cosas de valor fácilmente llevables o comerciables; ya no es rentable irse caminando con un televisor de 40” arriba de la cabeza, así es que los objetivos son computadores, play stations, joyas, ojalá plata en efectivo, las que por ser también fácilmente transportables sus dueños ya no los dejan cuando se van de la casa. Esto último llevó a la delincuencia a dar un salto audaz: entrar con los ocupantes de la casa adentro y a través de la violencia, obligar a entregar un botín mayor; plata, joyas y otras especies, además se llevan un auto. Las pérdidas aumentaron tanto como la audacia e impunidad, pero en este caso no sólo las materiales; sino que también las emocionales. Las familias que han padecido estos asaltos quedan traumatizadas, niños que no pueden dormir, tratamientos psicológicos y por sobre todo un miedo profundo, el que produce una violencia feroz, golpes a los padres junto con tortura psicológica y física.
No contentos con esto, ahora los delincuentes asaltan conductores para llevarse sus autos. El factor común es la violencia, con fierros, palos secos y con corriente.
La impunidad sigue. Nada de lo que en forma privada se ha hecho para protegerse a un costo alto sirve; todo es superado por los delincuentes y la constante es justamente la impunidad.
¿Cuánto faltará para que Santiago sea considerado tan peligroso como Ciudad de México, Sao Paulo o Bogotá de la década de los noventa?